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Galileo y Moneyball, el lenguaje de las estadísticas.
En los libros de historia se cuenta que Galileo Galilei fue condenado por la Inquisición al presentar pruebas de que la Tierra giraba en torno al Sol y no era inmóvil como defendían los poderes eclesiásticos. Vaya tontería. La Iglesia tiene mucha paciencia con esas cosas. Un lunático prueba que el Sol es el centro del Universo, pasan de él y al final, cien años más tarde, le dan la razón y aquí paz y después gloria. El problema es que Galileo era un listillo, el típico que te supera en inteligencia y te provoca hasta que quieres partirlo en dos. Total: Galileo se planta ante la Inquisición y les dice, vosotros tenéis las escrituras, la palabra de Dios comunicada por sus profetas, y las interpretáis, perfecto. Yo tengo las matemáticas, que son el lenguaje de la naturaleza, creada por Dios, yo hablo en su idioma. Claro, la Iglesia no pasó por ahí: Intruso laboral y tocapelotas. Al banquillo de los acusados.
En el fútbol, desde su origen, los técnicos fueron los únicos capaces de analizar el juego, en base a su formación, experiencia, y a algunos datos básicos. Durante años, las estadísticas del fútbol se limitaban a contabilizar goles a favor y en contra. Los más avanzados, empezaron a tener en cuenta la posesión, los tiros a puerta y fuera, córners, etc.
La popularización de los deportes americanos en Europa, la aparición de libros como Moneyball: The Art of Winning an Unfair Game (2003) y Soccernomics (2009) y, recientemente, de la película Moneyball: Rompiendo las reglas (2011), protagonizada por Brad Pitt como Billy Beane, el general manager de Oakland Athletics, quien hizo un equipo competitivo de béisbol con un bajo presupuesto utilizando el análisis de datos para seleccionar jugadores, ha llevado a las estadísticas a su máximo nivel de popularidad en el fútbol hasta la fecha. Su aplicación se expande en múltiples niveles, ya sea la disección el juego colectivo y del individual o la tasación de futbolistas, etc. Así, en las grandes ligas, se dispone de una cantidad ingente de información, mucha accesible para cualquier aficionado, y otra privada de cada equipo.
Los datos por sí solos no significan ni explican nada y experimentos como el que ha llevado a cabo el Manchester City al desclasificar archivos con estadísticas de la temporada pasada en busca de enfoques de seguidores y analistas externos, es un ejemplo de cómo una avalancha de nombres y cifras puede enterrar cualquier afán investigador del no iniciado. El tratamiento de esa información es la clave, si bien, incluso los mejores estudios, dicen poco sobre cómo marcar más goles o derrotar a un rival. Muestran, señalan, destacan pero no hablan. Son el dedo que apunta al objeto pero no queda claro si lo señalado es realmente trascendente.
La única aplicación, reconocida, de Moneyball al fútbol, por el momento, se realizó en el Liverpool con Daniel Comolli. Es fácil acordar que la venta de Fernando Torres por 58,5 millones de euros al Chelsea fue un gran acierto pero gastárselo en Andy Carroll (41 millones) y Stewart Downing (22,8 millones) fue un error grave provocado, en parte, por aplicar las prácticas de su amigo Billy Beane. La idea se basaba en que Downing centraba mucho y con acierto y en que Carroll lo remataba todo. Una aplicación reduccionista de la información, un ejemplo de que los datos muestran pero no hablan: no advirtieron los inmensos factores en juego ni que estos fichajes nunca rendirían, tampoco destacaron el sobreprecio, causado por la necesidad de fichar y el conocimiento del vendedor de que en Anfield había abundante dinero fresco. Seguramente, mediante un análisis avanzado se podría haber encontrado alguna pista de la mejor forma de jugar –que no es centro y remate- pero ésta no dejaría de estar basada en una combinación de jugadores “ideal” para ese estilo. Piensen en Guardiola dirigiendo al Stoke City, ¿alguien cree que intentaría jugar como en su Barça? Y si lo hiciese, ¿alguien duda de que fracasaría? Por lo tanto, sustituir a los clásicos ojeadores y técnicos por un chico con una computadora como en la película Moneyball no parece posible ni deseable, si bien el apoyo estadístico debería ganar terreno, ayudar a gestionar mejor los recursos y complementar el enfoque clásico.
Pese a que un análisis detallado pueda arrojar luz sobre aspectos de gran interés para técnicos e incluso seguidores –la estupenda Stats Zone de Four Four Two y Opta-, muchos detalles en el fútbol escapan de lo cuantificable. Por ejemplo, los movimientos sin balón, tan importantes o más que los realizados con balón, son difícilmente evaluables con cifras. El fútbol, a diferencia del béisbol, no tiene sus ataques y defensas delimitados, es un juego muy libre en el que se producen robos y transiciones a gran velocidad, en el que los jugadores intercambian posiciones y se crean miles de interacciones. En el fútbol la clave es el gol, el detalle, que ocurre normalmente dos o tres veces por partido, a veces más, a veces ninguna. Casi todo estudio relevante que pretenda generar impacto en el mundo del fútbol debería tener en cuenta cómo y por qué se produce el gol, quienes lo marcan y quienes no logran evitarlo. O quienes lo impiden. Y aún así, lo inabarcable de este deporte no permitirá que esos análisis hablen, tan sólo darán algunas pistas, resaltarán jugadores, zonas y movimientos que deberán ser observados con lupa.
Si se exceptúan acciones a balón parado (en especial, los penaltis) por su carácter delimitado, pocas veces los datos en el fútbol van a contar historias por sí solos, pocas veces se podrá decir, como Galileo, que con las matemáticas hablamos el mismo lenguaje que Dios (fútbol). Esto no significa que no sean útiles, al contrario, las estadísticas son básicas para saber hacia dónde mirar entre tanta constelación.